De CUENTOS y RELATOS

¡Qué flojera llegar a casa!… Fue su expresión al bajarse de la ruta, allá por el sur de la ciudad, pues debía caminar unas cuadras más para estar en la populosa colonía donde vivía.

Hoy es un día de esos donde lo que menos quiere uno es escuchar la letanía de madre, esperando pasar desapercibida, ser invisible mientras cruzo entre los departamentos hasta el patio, al rincón donde suelo esconderme.

Ese día había sido pesado para la “Tomatina”, no por lo que le dicen en la escuela, sino por la disciplina que se había impuesto, combinó el que le gusta correr, con aprovechar la exigencia de la institución de hacer algún deporte o algo de cultura, para seguir avanzando en los estudios. Terminó más “molida” que sus compañeras, la “Lechuguita” y la “Cebollina”.

Pudo habérsela llevado “papa”, asistiendo a eventos culturales, en algunos con la compañía de novio, pero pudo más la amistad, la insistencia de sus amigas.

–Ándale, anímate, nos sirve para mejorar nuestra condición física y aguantar más en las caminatas de cada mes.

Eso era su máximo ejercicio, las caminatas de mes a mes, de tres a cinco kilómetros, en la mayoría por la ciudad, con varias estaciones, que le ayudaban en casi nada a su otra intención, reducir peso, no agitarse en demasía en el andar camino a casa.

 

Llegaron las tres una tarde invernal, cuando comenzaron las acreditaciones de deportes, se presentaron, Tomatina con más de 100 kilogramos sobre su densa humanidad, porque no es muy alta; Lechuguita, por espigada y sobre los 50 kilos, así como Cebollina, con alrededor de 60 kilitos, denominándole de inmediato los del pie “veterano”, las chicas de la ensalada.

Ella fue directa con el entrenador, le preguntó qué tanto le podría ayudar a perder algunos kilos. –Tanto como quieras, como sea tu voluntad de hacer tiempo entre tus estudios y compromisos de casa para venir y trabajar, así como de hacer cambios en tu alimentación.

Parecieron claros los puntos y pactaron un compromiso, donde si Tomatina mantenía una regularidad, el entrenador se adaptaría para trabajar con ella en algún horario fuera del que le correspondía, cuando se necesitara, con el fin de que no perdiera días de entrenamiento y también cumplir con sus deberes.

Había más, la promesa de inscribirla a una competencia, en la prueba que deseara, para que se mostrará ella misma hasta donde volaba su don de ser.

 

Esta vez escogió la esquina más alejada de la casa, no su rincón favorito. Quería ser invisible, por eso busco algo de oscuridad, relajar los músculos, pensar en nada y ganarle algo de sueño al cansancio. Ese, que al carecer de ciertos medios, debes soportar y no te deja dormir, como lo necesita el cuerpo.

Había tanta soledad

Su mirada en la lejanía

Brillaba en la profundidad

 

La niña hizo la tarea, con tantos recursos a la mano, no había más que buscar un diccionario en la red y…

-¡Mira Mamá. Para ser atleta no basta tener un cuerpo de “Barbie”, de modelo. Cuenta el deseo, las ganas, la pasión.

Por algo lo dijo el Barón Pierre de Coubertaín, a quien le llaman el padre de los Juegos Olímpicos modernos: “lo importante no es ganar, sino competir”. (Parte del proyecto inicialmente denominado Espíritu Olímpico)

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